Algún mediodía, treinta años atrás
Salgo de la escuela, voy como siempre, casi corriendo, a mi casa que está a cinco cuadras. Mi mamá seguramente estará haciendo el almuerzo y quiero tener tiempo de hacer la tarea antes de comer, para tener toda la tarde libre. Hoy quizás lea alguna novela de Salgari por tercera o cuarta vez. Adelante camina un compañero de grado, en pocos metros lo voy a alcanzar. No es amigo mío, es petiso, pálido, muy tímido, y tiene una voz finita, algunos se ríen de él por eso. El guardapolvos le queda corto, se notan los dobladillos de años anteriores que, ya desplegados, resaltan sobre el color amarillento del resto de la tela. Las zapatillas no son de marca.
Cuando estoy por pasarlo, algo se cae de su portafolio justo para que yo lo patee. Es una caja de pinturitas, que se desparraman por toda la vereda. Él se da cuenta y protesta débilmente con un ¡eehhhh! de su voz finita. Perdoná le digo, lo ayudo a juntar las pinturitas y sigo camino a mi casa, sintiendo que lo que acabo de patear es algo más.
Nosotras atrás, charlando sin tiempo (como buenas mujeres), riendo, viendo como te hacías cada vez más chiquito.
ResponderEliminarMe encantó tu blog. Beso, Cris