El ritual de la luna llena

Foto: Fernando Pellegrinet

A medianoche miraba por la ventana y descubría que afuera todo -el suelo, las plantas, la medianera- estaba cubierto por aquella delgada capa luz que era como un fino polvo blanco, como una fécula. Salía al patio. Mejor si hacía un poco de frío. Mejor si todavía no había comenzado la primavera. No se abrigaba. Se sentaba en un sillón y buscaba aquietarse. Fijaba la mirada en el origen de la claridad onmipresente. Después esperaba el silencio. No importaban el ruido del viento o el ladrido de un perro o algún auto que pasaba todavía por la calle: al final el silencio llegaba.
Y ahí, entonces, pedía por ella. Era siempre la misma imagen: los dos enfrentados, a la vera del río, una noche de luna llena. Mirándose. Después el primer beso, el primer abrazo.  Se imaginaba con ella un amor perfecto, prescindente de palabras.  Un escalofrío le recorría el cuerpo. No por el frío: era adolescente. Era una especie de auto compasión, un goce ante la conciencia del sueño imposible, de que ella sería inalcanzable por mucho tiempo más y de que estaba bien así. Era preferible ese patetismo antes que arriesgarse a lo real, a no encontrarla o a recibir la afrenta de un no. O tal vez peor: a vivir el amor posible y aceptar ese final que siempre, en definitiva, de una manera u otra, lo estaría esperando.


Comentarios

  1. "Era preferible ese patetismo antes que arriesgarse a lo real, a no encontrarlo o a recibir la afrenta de un no. O tal vez peor: a vivir el amor posible y aceptar ese final que siempre, en definitiva, de una manera u otra, lo estaría esperando".
    Me siento tan identificada con éstas líneas que no dejo de sorprenderme que pusieras en palabras algo que yo tambien siento...
    En este momento me siento patética por no apostar al amor.

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  2. La mediocridad para algunos es normal, la locura es poder ver más allá.

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