Fiesta de la Merced


Ayer llovió mucho y se suspendieron todos los recitales. Pero hoy la lluvia paró temprano y una multitud salió eufórica a la calle. Después del concierto frente a la Catedral, caminamos hasta la Plaza Real. Está repleta de gente. La euforia de la fiesta sigue, pero acá no hay música. Un grupo agarra unos tachos de basura y empieza a golpearlos más o menos rítmicamente, armando un suerte de batucada. La gente se acerca y baila. Algunos buscan más tachos, los vuelcan y los vacían para que suenen mejor.
Llega la guardia urbana en un par de blindados y detiene la música improvisada. Hay gritos y forcejeos, y finalmente los tachos de basura vuelven a su lugar.
Pero del otro lado de los vehículos policiales comienza a sonar otra música. Hacia el centro de la Plaza, la gente se abrió dejando un claro donde recién ahora se ven cientos de latas de cerveza -esas de color rojo que venden los paki- acumuladas en el piso. A alguno se le ocurrió patearlas y la gente se va sumando. Nosotros también. Somos más de cien personas pateando frenéticamente. Pateamos en cualquier dirección, recibimos el impacto de latas abolladas con sus bordes filosos. El ruido es casi ensordecedor. La sensación es muy placentera. Parecemos inmersos en una especie de eufórico ritual. Por algún motivo extraño, la guardia urbana no interviene.

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