Concierto en la Basílica
Cosas como ésta pasan seguido. Si no es un celular, es el pochoclo o dos estúpidos hablando en el cine o en el teatro. ¿Habrá que acostumbrarse? No hay muchas altenativas, salvo vivir enojándose o peleando con la gente.
Menos habitual es lo que pasa después. En el intervalo, me llama la atención un hombre avanza a mi derecha por el pasillo lateral. Va vestido con un pantalón y una camisa azules bastante descuidados que, sin llegar a lo andrajoso, le dan un aspecto indefinido. Podría ser un tipo de la calle pero no se puede concluir a primera vista. Llega adelante y se apoya en una de las columnas corintias que enmarcan el altar principal, al frente del cual los músicos empiezan a sentarse. También a la derecha, en una silla sobre la alfombra roja, está el cura. Vuelven el concertino y el director y empieza la obra, un concerto grosso de Corelli. Por un rato me olvido del hombre de azul, hasta que en medio de dos movimientos del concerto grosso camina hacia la entrada de la iglesia y sale. Hace esto un par de veces más, vuelve a entrar y a salir. Mientras tanto termina la obra y entran el coro y una soprano para cantar un par de misas y un réquiem de Motzart. Es en medio de la segunda misa cuando se escucha un “¡maestrooo!” que corta por un segundo la voz de la soprano. El que gritó fue el hombre de azul. Ahora, inclinado sobre uno de los bancos de la primera fila, discute con alguien. La orquesta no dejó de tocar. El coro y la soprano siguen cantando. Entonces el cura empieza a hacerle gestos al hombre de azul, que está a unos tres metros de él. El de azul se acerca; el cura le toma el brazo y empieza a hablarle al oído. Mientras tanto, por el costado aparece un tipo de traje gris. Rodea al hombre de azul del cuello con uno de sus brazos y lo lleva -casi lo arrastra- por el pasillo central hacia la entrada. Cuando pasan al lado mío el de azul le dice al de traje gris: “¿Quién sos? ¿Dios?”
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