Martes. 7 p.m.
Al final de boulevard me detiene el semáforo. Es un semáforo largo. Pienso en lo que me queda por hacer hoy, y que seguramente ya no haré. En el cantero central hay cuatro hombres junto a un carrito de supermercado lleno de cartones. Están tomando del pico de una botella plástica un líquido amarillento. Uno de ellos se acerca a pedir monedas. Lo conozco, ya lo he visto esta esquina. Suelo dudar a la hora de dar plata en un semáforo. En este caso predomina la -discutible- idea de que están juntando plata para comprar más vino: le digo que no tengo. Pero él no se mueve. Lo miro y vuelvo a decirle que no. Se va a pedir al auto de al lado. El conductor no le contesta ni lo mira. Él se enoja y lo empieza a putear. El conductor adelanta su auto un par de metros. Él lo sigue puteando y empieza a hacer ademanes con los brazos. El semáforo se pone en verde. Todos arrancamos y él se queda en medio de la calle. Veo en el espejo cómo los autos lo esquivan. Su voz ya se ahoga en el ruido del tránsito, pero él sigue agitando los brazos.
Fer querido, le hubieras habilitado 2 mangos para la birra!
ResponderEliminarQué mala onda, sobre que están sufriendo!